Chávez basó su gobierno en el uso de la renta petrolera para resolver legítimos problemas sociales. Disminuyó la pobreza, expandió los servicios sociales, apoyó las artes y el deporte. Tuvo logros y por eso cosechó votos. Sin embargo, no canalizó esos objetivos en el fortalecimiento de las instituciones, lanzó muchos proyectos sin mirar su sustentatibilidad, no pudo o no supo atacar la criminalidad que alcanzó altísimos niveles. Las cuentas fiscales han sido desordenadas; la inflación y los controles de precios y de divisas son cada día más insostenibles. Venezuela depende del petróleo igual o más que antes. El de Chávez fue un gobierno personalista, genuinamente anti-imperial, con matices demagógicos. Puede haber tenido excesos pero no fue una dictadura. No practicó la tortura ni encarceló opositores.
Para llevar adelante su proyecto, Chávez puso bajo efectivo control estatal a la compañía estatal de petróleo. Ese paso, indiscutiblemente legítimo en cualquier gobierno, le originó una profunda crisis en los primeros años de su gestión debido a la oposición de los intereses que controlaban la empresa petrolera.
En política internacional Chávez fue sin dudas muy controversial. En alguna medida lideró la izquierda en Latinoamérica. Pactó con gobiernos petroleros, incluyendo Irán y Libia, pero lo que era una coincidencia basada en intereses y enemigos comunes se percibió como una alianza estratégica por lo vociferante de su discurso. Chávez supo mejorar las relaciones con Colombia que con Santos como presidente moderó su actitud frente a un socio comercial que necesitaba. No podía sino distanciarse de los EEUU desde que éste apoyó en silencio su derrocamiento, que duró solo unos días. Ese distanciamiento se transformó en frontal oposición y lo acercó a personalidades tremendamente desacreditadas como Ahmadinejad y también otros déspotas con los cuales Venezuela no tenía claros intereses en común (por ejemplo, Lukashenko en Bielorrusia y Mugabe en Zimbabue). Chávez fue único en su denuncia de George W. Bush. Cuando lo hizo en la ONU, reflejó los sentimientos de una gran parte de la humanidad. Pero el impacto de su denuncia fue reducido por el uso de formas algo payasescas y un lenguaje cargado de mística y religiosidad.
Chávez ha creado una nueva situación en Venezuela. En política doméstica, los avances en materia social y distribucional no podrán ser ignorados por futuros gobiernos cualquiera sea su signo. Ese es acaso su gran mérito histórico. Pero la necesidad de mejorar la eficiencia de la economía y el orden fiscal son prioridades crecientes. Los controles administrativos de precios no funcionan en la mayoría de los casos. El manejo de políticas económicas en una sociedad moderna no puede basarse en una persona, por fuerte que sea su personalidad, ni en normas cambiantes en el proceso político. Venezuela necesitará crear mecanismos e instituciones democráticas duraderas. Es lo que reclama Lula.
En materia de política internacional, las relaciones de Venezuela con el resto del mundo deberán ser jerarquizadas y ordenadas, aun cuando conserven aspectos importantes del periodo de Chávez. Por ejemplo, relaciones normales con Irán son ciertamente deseables y deberían continuar. En ese contexto, la oposición de Venezuela a un ataque a Irán es ampliamente compartida por la gran mayoría de los países. Pero eso no debe traducirse en una confraternización que se confunda con una alianza estratégica con un gobierno/régimen esencialmente reaccionario. No le hace bien a ningún país latinoamericano frecuentar déspotas de la talla de Lukashenko o Mugabe.
El nuevo gobierno a ser elegido en Abril, probablemente Maduro, se enfrentará a una oposición fortalecida. Debe reconocerse que la oposición, encabezada por Capriles, no es la misma que existía antes, esto es la derecha más radical representativa de los que gobernaron y saquearon Venezuela en el pasado. Capriles tiene algunas características social-demócratas, reconoce la necesidad de continuar muchos programas sociales iniciados por Chávez y tuvo una actitud respetuosa frente a su muerte. La derecha lo apoya por supuesto, pero él parece no depender totalmente de ella y de ser elegido alguna vez representaría a sectores sociales más amplios.
Cualesquiera sean la política que implemente, Maduro está destinado a debilitarse indefectiblemente. Si comienza a implementar los ajustes que la economía reclama sin eliminar los programas sociales más importantes, si morigera su posición internacional digamos más en línea con Brasil o la propia Argentina, es probable que se afiance por un tiempo. Pero perderá el apoyo de los chavistas más radicales y de algunos sectores populares. Algunos chavistas, no debería descartarse, podrán ver más futuro en un Capriles desprendido de la derecha más tradicional. Si Maduro elige el camino de los ajustes necesarios, la situación de Venezuela asemejará más a Brasil que a la imperante durante la vida de Chávez; esto es con las tremendas complicaciones que presenta una economía petrolera. Por otra parte, si Maduro mantiene el statu quo, la situación empeorará y puede volverse inmanejable. No introducir cambios puede tener un costo político muy superior a introducirlos. La “presencia” de Chávez embalsamado, una práctica primitiva que disminuye estatura moral al chavismo, podrá simbolizar ataduras emocionales con el pasado pero no evitara la necesidad de tomar grandes decisiones.