Frágil y elegante. Recuerdo su voz firme pero a veces temblorosa. Muy capaz, tremendamente profesional. Siempre terminante contra la corrupción y el machismo; dos vicios que carcomían su pequeño país. Nació soviética en un lugar que detestaba a los rusos. Al menos eso decían en aquellos días en que se terminaba el siglo. No tenía treinta todavía.
Yo había llegado a Moldova hacia poco como jefe de la oficina local del Banco Mundial. Los empleados habían sido formados en Universidades locales. Tenían conocimientos sólidos, mostraban curiosidad intelectual y parecían disfrutar de su trabajo. Maia sobresalía sin pretenderlo. En alguna ocasión social entre empleados del Banco la escuché cantar. Tenía una voz exquisita; le ponía mucha seriedad a aquel improvisado evento. Me di cuenta entonces que era muy competitiva, quizás calculadora en cada cosa que hacía. No mostraba la forma usualmente agresiva de los competidores. Pero probó ser efectiva.
Un sábado trabajaba yo en mi oficina. Pocos empleados me acompañaban en un día de normal descanso. Maia llegó llorando. Poco días atrás había muerto su padre creo que víctima como tantos otros de cáncer, difundida enfermedad probablemente a raíz del desastre nuclear de Chernobyl en la vecina Ucrania. Traté de calmarla, le serví agua. Sentada y más tranquila, escritorio de por medio, se confesó huérfana: su padre debía haber sido una figura central en su vida. Ud. debe ser fuerte, sugerí; tiene su familia. Creo que la hermana concurría a la Universidad donde yo dictaba un curso sobre Pobreza y Distribución.
Maia salió adelante. Atractiva, sin sobresalir por bella, no se le conocían novios o pareja alguna. Había quienes merodeaban, sin éxito, me consta. Más de un profesional apostado en Moldova, soltero con ganas de sentar cabeza intentó iniciar relaciones serias. No pudieron. Se vestía con faldas a veces algo cortas, usaba tacos bien altos, caminaba con gran porte. Parecía una joven presta a las oportunidades matrimoniales. Pero ella tenía los ojos puestos en algo más grande. Como muchas mujeres debió tolerar afrentas, humillaciones. Una vez integraba una delegación del Banco que viajaba a otro país. Yo no era parte. El grupo debía conectar con un vuelo que partía desde Kiev, Ucrania hacía el destino de aquel viaje. Allí los agentes de inmigración decidieron demorarla, interrogarla; le preguntaron si iba a trabajar como prostituta y, naturalmente, ella estalló en llanto. Una acompañante me telefoneó a Moldova para alertarme y ver si yo podía llamar al aeropuerto o a la oficina del Banco en Kiev. No hubo necesidad, los propios oficiales Ucranianos cesaron en su acoso. No recuerdo si tratamos de registrar nuestra protesta ante tamaña infamia.
Una vez me ausenté del país por unos días. Durante mi ausencia, el Presidente necesitaba consultar algo y no podía esperar mi regreso. Pidió hablar con Maia directamente aunque no era ella quien había quedado al frente de la oficina. El hombre, político de agallas y en las antípodas de lo que pensaba Maia, pareció ver el futuro. Los políticos de carrera se adivinan, reconocen a su raza. El Presidente era el líder del Partido Comunista elegido por voto popular, ya alejado de lo que había sido el comunismo soviético.
Después de tres años me tocó volver a Washington. Me honraron con una fiesta de despedida enorme, concurrió medio gobierno, habló el Primer Ministro. Leí mi despedida en un Rumano no carente de errores. Al otro día, en mi oficina, ordenaba papeles, contestaba mensajes, miraba fotos. Era primavera y circulaba un aire triste. Entró Maia, llorosa. Sentada frente a mí, mirando al piso se quejaba: todos los hombres respetuosos que se cruzan en mi vida, terminan alejándose, reflexionó. Nunca había imaginado haberme ganado tamaño respeto. Un halago que agregaba nostalgia a aquel mi último Sábado, anticipando mi partida.
Maia no dejó de profundizar sus conocimientos. Mirando Betty la Fea incorporó el Español a su condición políglota. Obtuvo un Máster en la Escuela de Gobierno de Harvard. Podía haberse quedado a trabajar en EEUU, le sobrarían ofertas, pero su destino era Moldova. Designada Ministra de Educación su gestión la catapultó al estrellato. Adquirió popularidad y prestigio, un nombre propio. Su activo principal fue la confianza en su insobornable comportamiento, un bien terriblemente escaso en una zona donde la cleptomanía es casi un deporte. Intentó ser Primer Ministro; lo logró en 2019 solo por unos meses: cayó al perder el apoyo parlamentario necesario. En el proceso aprendió el oficio de flexibilizar sus posiciones; cotidiana labor del mando necesariamente compartido. Maia es pro-Unión Europea. Esa es una comprensible posición en una zona marginada pero puede ser un peligroso puente para cruzar el Atlántico Norte y unirse a alianzas militares y aventuras perimidas. Alguna declaración sobre Antonescu, el líder pro nazi de la vecina Rumania durante la Segunda Guerra, la obligó a clarificar conceptos. Ser simplemente anti-Rusia puede llevar a un riesgoso juego con la historia. Así empezaron regímenes de Europa oriental, Hungría, Polonia, que ahora navegan hacia un pasado infame y degradaron la Europa más moderna. Maia podría pagar un costo altísimo si no lo entiende.
Finalmente, compitió por el premio mayor: la Presidencia. Ganó las elecciones convincentemente y asumió en la víspera de esta Navidad de Pandemia, en una Europa donde las mujeres comienzan su retorno triunfal a los poderes.
Maia Sandu, Presidenta de Moldova, apenas rasguña los cincuenta aunque su rostro de niña asustada no lo denuncie.