Aun si pierde como se espera, es probable que el Trumpismo será parte del drama político durante varios años. Es que este fenómeno político existió antes que el mismo Trump irrumpiera en la arena política, aunque no parecía como una mera creación de los medios de comunicación y lucia más sofisticado en algunos aspectos. Lo que subyace detrás del Trumpismo es la exacerbación de la llamada guerra cultural que ha venido desarrollándose durante los últimos años.
La campaña electoral ha sido muy pobre en el debate de políticas públicas. Pero los aspectos claves de la guerra cultural han estado presentes y constituyeron, en efecto, el centro de la campaña. ¿Es la “vieja” América un modelo a seguir? ¿Son otras culturas una amenaza al predominio anglosajón? ¿Que define la grandeza de los Estados Unidos? ¿Hubo tal grandeza? ¿Cómo se define el rol y las oportunidades que brinda la sociedad para las mujeres, para los homosexuales, para los petizos, los enfermos, los ateos, musulmanes, negros, mulatos, indo-americanos, hispanos, etc.? ¿Se les debe permitir detentar poder real? ¿Cómo se define la familia? ¿Es la policía una institución represiva (particularmente para la población negra)? ¿Cuál es el papel del estado en materias de salud, educación y protección social y ambiental?
Encontrar respuestas y de generalizada aceptación podría tomar muchos años. Por otra parte, no existen respuestas obvias en todos los casos. Y, en todo caso, las mismas no son ajenas al proceso de globalización en curso. Un nuevo contrato social puede ser necesario en algún momento, cuando la sociedad haya alcanzado un entendimiento mayoritariamente compartido en torno a las cuestiones claves. Nuevos instrumentos expresando dicho acuerdo social serán necesarios. Por ejemplo, una nueva Constitución. El papel del estado en materia de salud, educación y protección social y ambiental deberán instrumentarse y significarán un cambio muy importante en la extensión de los derechos privados tal como los entendemos en este momento. Tales cambios han sido y serán, inevitablemente, muy controvertidos.
Los cambios sociales asociados a la guerra cultural son de tal magnitud que afectaran positiva y negativamente a todo el mundo. Pero algunos pueden perder poder político y/o económico. Precisamente, los que pierden poder son siempre los más acérrimos oponentes a cualquier cambio. Eso es lo que representa el Trumpismo a pesar de su retórica populista. Ellos recurrirán a cualquier medio para mantener el statu quo. Es la historia de toda sociedad y explica porque las guerras culturales tienen muchas veces una resolución violenta.
Creo que una participación ciudadana amplia en el proceso socio-político combinado con una sucesión bien “calibrada” de cambios puede garantizar una transición ordenada, proporcionando buenos resultados sin costos sociales excesivos. De cualquier manera, los cambios son siempre inquietantes y crean desarticulaciones en el tejido social. Entonces, nada puede ser excluido. ¡Desgraciadamente!