Escoltas del pasado

Sigo recordando. Lugares que  visité sin darme cuenta. Añejado por el tiempo, arrestado por la Pandemia eterna, afloran  más lugares, más eventos, más mortales. Añoro el tiempo de desplazamientos repentinos, pero consuela sentirse un poco radicado.

Colombia, 1977

Me enviaron los tickets, me dijeron en que hotel tenía reserva paga, me dieron todos los datos. Las entrevistas eran en Bogotá durante algunos días. Según el resultado de las entrevistas sería seleccionado o no. Confieso que mis expectativas eran limitadas. Pero al menos estaría casi una semana en la tierra del café. No era poca cosa para un pueblerino como yo. Tuvieron poca suerte: terminaron escogiéndome.

Bogotá era bulliciosa, abundaban la música y productos mexicanos. Lo recuerdo. El país era castigado por una violencia que crecía.  La pobreza era visible pero Bogotá exhibía alguna grandeza cosmopolita. Todo el mundo hablaba del Tequendama, un nuevo hotel de muchos pisos, todo un símbolo. Debía cuidarme de los robos, me advirtieron. Después de cierta hora, quién se atreva a salir deberá  llevar al menos veinte dólares, escuché decir muy seriamente. Sucede que mucha gente dejaba su reloj, billetera, otros valores en su hotel o casa para eludir el robo. Supe que si no llevabas al menos veinte dolares, los ladrones  se enfadaban y te castigaban. Las reglas estaban claras. El hermoso país de Juan Valdez estaba teñido por contradicciones, en eso no era único en el continente. Sus gentes hablan un español impoluto; su población, muy religiosa. Único país del continente despojado de un pedazo de su suelo (hoy Panamá) con el impulso decisivo de los EEUU. No obstante se convirtió con el tiempo en el mejor aliado norteamericano de la zona.

Me entrevistaron de mañana y de tarde, según me acuerdo. Cada entrevistador tenía un tema in mente. Fueron simpáticos. Había una pregunta muy usual que anticipaba: ¿porque quiere Ud. unir su suerte a la organización? Supe con el tiempo que la repuesta usual realzaba la necesidad de bregar por el desarrollo, promover el bienestar de la gente, combatir la pobreza. Respuestas nobles que no tenían mucho que ver con las reales intenciones del entrevistado quien por lo general quería huir de un salario magro. Yo en cambio creo que fui muy franco:  debo partir de la Argentina cuanto antes, dije. Me oprime el terror que allí se vive. Ustedes pagan bien y eso me atrae. Además, ejercer mi oficio mientras exploro continentes es algo que apetece. Supe que a un Director que me entrevistó le gustó mi respuesta descarnada y se lo comentó a alguien. Con el tiempo, ya empleado en Washington y atenazado por las exigencias, yo también adopté un lenguaje políticamente correcto. Era La Simulación en la Lucha por la Vida.

Cementerio de Arlington, parada del Metro, 1978

¡SOMOS!

  Somos herederos de dolor y llanto

 de tanta gente mancillada

       de los muertos sin tumba

de los rostros sin ojos

de las madres sin llanto

de los viejos sin sueño

… Y también somos

el silbido que pasa temprano en bicicleta

la bocina de los colectivos llenos

las manos callosas de polvo y cemento

la almohada repleta de verso

… y mañana

St Kitts-Nevis, 198?

En el mapa parece un palo de béisbol. La pequeña capital me gustaba mucho. El país no tenía más de cincuenta mil habitantes. Son dos islas St Kitts and Nevis; esta última apenas habitada, con varias iglesias como sello. Debo decir que los empleados del gobierno era gente sería; el gobierno mismo hacia esfuerzos, era prolijo. En realidad gobernar un pais tan chico, de cuestionada viabilidad, era cumplir bien las funciones municipales, lograr ayuda exterior para expandir la necesitada infraestructura y rogar que se instale alguna empresa que provea empleo. St Kitts-Nevis tenía playas de arena negra, volcánica. Ello reducía sus posibilidades de atraer turismo. En los tiempos coloniales, vivieron allí familiares del escritor Graham Greene. El pequeño cementerio dejó constancia de ello.

La manera de viajar a St Kitts-Nevis era conectar un vuelo en Antigua que partía una vez por día. Si el vuelo no llegaba a tiempo a Antigua, había que permanecer alli y esperar al día siguiente. No era inusual que el vuelo llegue tarde a Antigua. A veces se viajaba con la empresa aerea LIAT. Se decía de las iniciales: Leave Island any Time (Parte de la Isla en Cualquier Momento). Las misiones eran cortas, apretadas, y no era conveniente perder un día.  Recuerdo aquel viaje relámpago, de cuatro días. Debíamos terminar el informe en tiempo récord. Nos acompañaba un agregado del Fondo Monetario, un hombre experimentado, mayor que el grupo. El hombre tenía pericia y mundo, nos ayudaba a resolver todo. Pero tenía un pequeño defecto: su amor por el whisky lo condicionaba. Después de las cuatro de la tarde el hombre era inapto para manejar un lápiz. Al segundo día pidió hablar conmigo: Carlos, dijo, se me terminó la botella y el hotel no tiene whisky. Soy disciplinado, agregó, es lo único que tomo. Sinceramente, me tenes que conseguir una botella de Johnnie Walker, red label. No se donde pero me tenes que conseguir. Tuve que mover cielo y tierra. El gerente de la empresa azucarera solucionó el problema (No aceptó reintegro alguno). El bebedor del grupo me preguntó cuánto me debía, confieso que estuve a punto de lucrar con su envenenamiento cotidiano.

Montserrat, 1980

Esa isla nunca dejó de ser colonia. No tenía ni cinco mil habitantes. Los ingleses pidieron un informe. No había tiempo, ni prepuesto, ni ganas de hacerlo. Partimos dos empleados por escasos dos días a recoger la información. La conexión del vuelo era en Antigua, como siempre, una suerte de hub para viajar a islas cercanas. La perdimos. Las islas están relativamente cerca pero no había ferry. Alguien nos dijo que un pequeño avión privado estaba por partir. A lo mejor nos llevaría. Fue la primera vez que hice “dedo” para coger un vuelo. Arreglamos una módica retribución y el hombre nos llevó. El avioncito se movía para todos lados. Abajo, en el mar,  parecían verse tiburones, quizás era mi imaginación. Era sabido que allí abundaban. Creí haber visto algunos observando el avión y abrir la boca como esperando una eventual caída. El miedo es el primer paso hacia el delirio.

Recuerdo que un economista pagado por el Reino Unido era nuestro contracto. Era un grandote, mal vestido, que se desplazaba con un portafolio desgastado y una camisa blanca cubierta de polvo. Sabía al detalle absolutamente todo lo que se podía saber del lugar. Dominaba las estadísticas con rapidez y precisión admirables: él era quien las había estimado por otra parte. La cerveza lo acompañaba siempre mientras hablaba. Las pedía de a dos y las consumía más fugazmente que su acelerada charla. Después de producir el borrador se lo pasamos con una nota: revísalo. Módico Consultor resultó el hombre, solo algunas cervezas fueron suficientes.

En la cima de la  montaña de Montserrat se habían refugiado los Beatles para grabar en un centro creado al efecto. Era lo más notorio de un pasado reciente. Años más tarde, en 1995, el dormido volcán de la isla despertó destructivamentre. Más de la mitad de la población tuvo que ser evacuada al Reino Unido.

Granada, 1982

Una reunión regional tenía lugar en Granada. La presidía el entonces gobierno de la Nueva Joya, con Bishop a la cabeza. Era un gobierno de izquierda que Reagan detestaba. En Granada había una Escuela de Medicina donde concurrían una gran cantidad de norteamericanos atraídos por aranceles menores que en el continente. Los profesores, en su mayoría añejos norteamericanos, valoraban el remanso caribeño en el que enseñaban  de dia y se juntaban de tarde a beber y compartir algún juego distractivo. ¡Que mejor que clausurar la jornada disfrutando de las maravillosas tardes caribeñas!  Hablando con esos profesores aprendí mucho sobre el lugar. Bishop quería educación, salud y un aeropuerto mejorado. No se metía con la hoteleria y sabía que sin sector privado el país se moriría. Amaba la retórica de izquierda y era amigo de los cubanos que lo ayudaban en su imposible tarea de construir el aeropuerto nuevo. Eso era un pecado mortal en los días de Reagan y Thatcher.

En la reunión a la que me habían enviado dije exactamente lo que mi jefe pidió que transmitieras: nada. Un  ministro que concurría al evento me preguntó si no emitiría alguna opinión. Somos un organismo multilateral, invitado solamente, dije; no me toca opinar. El ministro, demandando al gobierno anfitrión,  agregó enfático: debe quedar claro que nadie quiere reunirse nuevamente en este lugar.  Decidí jugar a ingenuo y contesté: no es mi caso, Sr. Ministro, yo pagaría para que las reuniones sean en este lugar de ensueño.

En mis conversaciones, oí  que Bishop no se llevaba bien con Coard, su radical Ministro de Finanzas. Coard y su esposa eran los duros, lo verdaderos duros, me dijeron. Meses después de la reunión, Coard destronó a Bishop, lo encarceló y eventualmente, cuando los grupos se enfrentaron, Bishop fue asesinado. El caos sobrevino. En ese entonces, Reagan sufría golpes continuos en el Líbano de donde las intervinientes  fuerzas norteamericanas  terminarían alejándose. EEUU invadió Granada con  poca oposición externa y con el  apoyo de gobiernos caribeños. Entonces el Líbano quedó olvidado.  En su mensaje al Congreso, en exultante compañía, Reagan celebró la epopeya gigantesca de conquistar un país … de cien mil habitantes.

Zimbabwe, 1986

Nadie sufría por trabajar en Zimbabwe. La transición transcurría en órden. El nuevo gobierno se movía con cuidado. Mugabe no era el tirano en que habría de mutar en sus tiempos decadentes. El Presidente entonces era Canaan Banana. El Primer Ministro, el verdadero poder, era el mismo Mugabe. Con el tiempo el gobierno se tornó Presidencialista. Mugabe asumió el cargo. Años más tarde, ya retirado,  Banana fue acusado de crímenes sexuales; pasó algún tiempo en las sombras. El gobierno de la Independencia invirtió mucho dinero en educación. Era una decisión correcta aunque la eficiencia del gasto merecía algún reparo. Creo que pasé uno de mis mejores momentos trabajando con ese país. Compré piedras talladas de varios artistas. Me tropiezo con ellas en mi departamento,  las disfruto.

El país era más que consciente de su seguridad. No era para menos. Los Sudafricanos renovaban ataques reincidentemente. El apartheid temblaba, había que atacar a los vecinos. Cuando concurríamos a las oficinas de gobierno nuestros portafolios debían pasar por un control semejante a los de los aeropuertos. Poco tiempo antes de viajar, mis hijas me habían regalado una maquinita depiladora que funcionaba a pilas, de esas que se usan para evitar que la nariz proyecte capilares o para emparejar las cejas. No se porque tenía la dichosa maquinita en mi desordenado portafolio. Quiso la mala suerte que el pequeño botón de la depiladora se oprima en el momento en que colocaba mi portafolios en la cinta de control. La depiladora comenzó a sonar. Era un ruido agudo, penetrante. Se armó un lío bárbaro, los canas se asustaron. Me adelanté a explicarles y luego le mostré el dichoso dispositivo que miraban con desconfianza. Nos dejaron entrar y mientras nos alejábamos me dijeron secamente: deja que los pelos de la nariz florezcan, abandona objetos raros.

Mozambique, 1987

Maputo todavía mostraba algo de la belleza colonial del pasado. Los portugueses cuidaron la ciudad, construyeron lindos edificios, hermosas plazas. Lourenço Marques, el nombre de la capital durante el periodo colonial, había albergado a Portugueses, a los que disfrutaban de acceso a poder y mejores condiciones. En el año de mi visita, el  país era presidido por J.Chissano quien asumió después que el líder de la Independencia, Samora Machel, pereciera en un accidente aéreo. La guerra civil consumía Mozambique. Habían cesado los ataques desde Rhodesia, ahora independiente Zimbabwe. Pero Sud Africa, poderosa, racista, no perdonaba. Eventualmente Mozambique negoció con Sudáfrica pero la guerra civil no desandaba. Cuando alguien se enteraba que yo era argentino, me recordaban que Eusebio, el famoso jugador Portugués que descollara en los 60s, habia nacido allí, en lo que era ya Maputo.

La misión me llevó a hablar con mucha gente. El chofer que contratamos era mi mejor ayuda. Había un almacén para extranjeros, se pagaba en dólares; allí compraba para mi y le agregaba lo que el hombre necesitaba y yo sabía que escaseaba en el “mercado para los locales”, terrible apartheid producto de la ineficiencia y de la guerra. El chofer, muy agradecido, un día me trajo un dulce que su mujer había preparado para mi desayuno,  todo con productos de su pequeña huerta me dijo. Le agradecí profusamente pero confieso que temeroso de la pobre higiene que sufría mucha gente decidí no probarlo. Un día transmitían un acto oficial que se dejaba oír en la radio. Se escuchó la Internacional; me puse a silbarla. El chofer la entonaba, en Portugués por supuesto. Empobrecidos por las circunstancias, los mozambiqueños conservaban un humor, una dignidad que contagiaba.

Côte d’Ivoire (Costa de Marfil), 1987

No pude creer que Abidjan se convertiría despues en un campo de batalla. Cuando me tocó ir era un lugar ordenado y calmo.  De gente muy amable. Había lindos edificios en Adbijan. Allí estaba la central del Banco Africano. El país insistía en que el nombre no debía traducirse aunque no todos hablemos francés. Pero Costa de Marfil suena tan bien en español aunque recuerde un tráfico horrible, mayormente suprimido.

Mi Jefe requirió que informe al Banco Africano de una misión importante que los afectaba tangencialmente. Yo estaba en Zambia y  la conexión entre países de ese continente no era fácil. A veces convenía viajar a Europa para alcanzar destino. Llegué haciendo verdadero vericuetos. En la reunión, les  conté lo que sabía pero me interrogaron por detalles. Yo no  era tan versado y debí hacer verdaderos equilibrios con los datos. Aún así me invitaron a cenar. Mi cansancio me vencía pero disfruté del agasajo. La comida de Africa Occidental es deliciosa, picantemente deliciosa. Al concluir la cena pregunté algo tímido: ¿Ustedes tienen algún interés muy especial en el Sur de Africa que nos pidieron información tan de repente? Si, me dijeron, alguna vez les toca a Uds rendirnos cuenta de lo que hacen en este continente. Nunca supe si era broma.

Paris, Oslo, 1988

Cuando un país necesitaba mejorar su situación con los países acreedores iba al club, pero no a cualquier club, al Club de Paris. El primer país en hacerlo fue mi país, Argentina, experto en lidiar con deudas desde siempre. Esta vez se trataría de mejorar las condiciones crediticias de un par de países africanos. Por eso estábamos.

Paris es tan atractivo que la reunión parecía un pretexto. No para el staff que debíamos preparar la documentación, tener listos los resúmenes, coordinar reuniones paralelas. ¿Para eso nos traen a Paris? ¿Porque no organizan la reunión en la Guinea que es más barato? pregunté con sorna. Porque entonces no sería el Club de Paris, se me contestó alguien sonriente. Yo visité Paris por primera vez  en 1970, muy joven. Viajé allí en varias  ocasiones. La ciudad me gusta pero siempre que la visito el sol me esquiva.

Debía proseguir desde Paris a Oslo. Allí me reuniría con oficiales del gobierno prestos a coordinar y colaborar con nuestra institución en su trabajo con algunos países africanos. Los nórdicos eran demasiado serios. No se conformaban  con las generalidades;  los detalles también les preocupaba. Cuidaban cada peso que desembolsaban. Reconfortaba ver burócratas que no llenaban el molde de cuidar solo la letra. Oslo estaba frío, era casi invierno me recuerdo.

Caminar por la ciudad era placentero. Sentí hambre y me metí en un restaurant cuyo local lucia Vikingo. Sorpresa la mía. Servían comida mexicana. El rostro de uno de los mozos lucia algo mexicano aunque delgado y alto no encajaba con la visión  (sesgada) que tenemos. El hombre me ofreció el menú y a mi primer palabra supo que era hispanoparlante. Entonces si me habló en la lengua de Cervantes. Tenía algo de acento. Su padre era local como lo era él, no su madre. Encontré la comida deliciosa. Eso si, la tortilla algo adaptada. ¿Que cerveza tienen? Le pregunté al muchacho. Corona, me respondió, ¿que esperabas?

Bolivia, 2004

Lo que más recuerdo de ese viaje a La Paz era la coca. La masticaba todo el tiempo, como cuando viajaba a Salta. Un brasileño experimentado me acompañaba en la tarea. Es más, él se encargaba de la selección y de la compra. Los otros dos americanos de la partida miraban con recelo. Ellos preferían las píldoras de Sorojchi. Ni siquiera el té de coca toleraban aunque el dolor de cabeza era un calvario. Gente de mundo, doblegada por la desinformación y el prejuicio. Me puse entonces en aire de maestro. El vino y la uva tienen parentesco más cercano que la coca y la “blanca”,  insistí con suficiencia. Además, improvisé confiado, ¿ustedes saben que contiene el sorojchi pill? (yo lo ignoraba pero sembré la duda). Cuando visitamos las oficinas de la agencia de cooperación de EEUU fue el único lugar donde ofrecían café, en los demás se servía té de coca. Repetí mi argumento por la coca en las oficinas de la agencia. Miraban casi ofendidos. Creo que les recordaba el indio que temían.

Debíamos evaluar lo que pasaba. Nos reunimos con gente influyente, que pesaba. El Tutu Quiroga sonaba inteligente. Con un Inglés pulido, era muy convencional, como una voz que estuvo siempre, de predecible discurso. Ex Ministros nos hablaban. Algunos todavía en funciones. Cuando la conversación era en Español, adivinaban que era un argentino del norte. Estaba claro: más aceptable era un chango que un pibe. Pregunté a los coordinadores de la misión si solicitaríamos hablar con el Evo, entonces sólo un dirigente cocalero. Seguramente no está por aquí, me contestaron. No creo que debamos descartarlo, esgrimí mis dudas de consultor ya retirado. No me escucharon o decidieron no hacerlo. El interés gobierna el mundo. Aunque finalmente el té de coca fue aceptado por todos. Mi palabra no fue en vano.