Yabe, Maico


 
Su dominio era el desierto del Sud-oeste, pegado a Méjico. Allí sobrevivió coyotes, jabalíes, pumas. Reinó sobre los inferiores: palomas, pájaros de todo tipo, conejos. La pequeña casa que lo cobijaba era solo un sitio referente por  un par de horas diarias. Complementaba su alimentación convencional con ocasionales manjares que el medio generosamente le brindaba. Trepado a los árboles vecinos dominaba el predio. También el techo de su casa era parte de su estrategia defensiva. El elegante felino casero resumía una perfecta sinergia entre un medio hostil y la protección del modernismo. Sus visitas al veterinario, que no le agradaban, lo mantenían siempre indemne. Ese era Yabe. 
 
Ya maduro lo trasladaron muchas millas, al noreste del mismísimo país. Se agrandó su casa. Su jardín y su fondo eran cómodos y seguros, pero algo reducidos comparado con la extension abierta que había disfrutado. Pero no fueron problema alguno. Se adaptó a la comodidad de las ciudades, espió vecinos desde lo alto de alguna escalera muy bien posicionada, y se sintió jefe, único. Aunque no por mucho tiempo. 
 
Pobre Yabe!  Su calma chicha se interrumpió por la llegada inesperada de un cachorro juguetón que le robó las atenciones. El pequeño canino, llamado Maico, empezó a crecer rápidamente, a destruir cualquier objeto, a demandar el juego a las horas mas inusitadas. Peor aún, se dedicó destruir las plantas celosamente colocadas en el fondo mismo de la casa. El felino decidió ignorarlo, trepar a lugares inalcanzables por el cachorro, mirarlo con desprecio. Pero no podía ocultar sus sentimientos: le habían quitado el monopolio. 
 
Comenzó a pasar el tiempo. Cada cual a lo suyo; pero no faltaron algunos incidentes: en ocasiones Maico  intentaba agredir, jugueteando, al maduro gato. Yabe simplemente buscaba calma en las alturas. Así, el agobiado gato reposaba una suerte de retiro anticipado sin que le falte algún gesto de fastidio. 
 
Una historia urbana, o semi-urbana, con final anticipado. Dos avispados miembros de la fauna que por siglos acompañan, dos criaturas que humanizan.  Lo poco humano que nos queda!