Quizás no. Quien sabe?
Mi salud me ayuda con reparos, es lo que pienso.
Me molesta algún hueso, la vista no me da, me esclavizan las pastillas, el ano se me volvió quejoso. Ya no temo a las convulsiones que sin embargo me acechan.
Al final todo encaja, todo se ignora.
Si temo al extrañamiento; a la huida que resuena; a la soledad de la poltrona; a la prescripción apresurada de coetáneos.
Y también temo que el aire que respiro se disipe, que el agua se evapore, que la tierra se arenize.
Pero los temores muy míos son ligeros. Y mi propia ingratitud humana me somete:
al final solo es intenso mi temor por los cercanos.