Breve Pantallazo de una Breve Visita a Salta


Las cosas, los lugares, la gente cambian. El rio de la vida avanza anárquico,  casi sin destino. Lo digo porque en mi reciente paso por Salta noté cambios; destaco algunos.

El verdor del cerro, más brillante que en otras ocasiones, me sedujo. Que lindo estaba! Nos subimos con mi esposa al Teleférico y disfrutamos del paisaje de una ciudad extendida. En la cima misma del cerro tomé un cafe reconfortante. El sol y la siesta lo demandaban. Una parte de la cima estaba improlijamente cercada por una construcción acaso innecesaria. 

Muy distinto de aquel cerro que escalaba casi corriendo cuando chico. Recordaba el San Bernardo como un cerro silencioso, con un toque religioso que ahora parece casi oculto, sepultado por el laico bullicio del comercio que se ha instalado hace ya años, me lo recordaron. 

Lo mejor de mi visita fue ver mi gente, mis amigos. Eso sí quedan cada vez menos.  Salta, mi ciudad natal,  mi referencia, se va transformando en una orbe de gente desconocida, con construcciones abundantes y, debo decir, con escaso aseo en estos días. Al menos en el centro mismo de la ciudad. 

Comprobé algunas cosas que confieso no agradaron. La lluvia había alquilado los charcos para cultivar el dengue. Familiares y amigos lo tuvieron. A algunos les pegó fuerte. Me dió miedo. Noté indiferencia, preocupante indiferencia frente a una enfermedad que reclama respuesta armonizada de los mandos. Sé que eliminar charcos es tan arduo como imprescindible. Además hay cosas sistémicas, casi irreversibles como las construcciones indebidas, la falta de desagües y hasta la basura abandonada. 

Muchos perros sueltos, merodeando la plaza misma de mi Salta. También observé las veredas con excrementos esparcidos a cada tanto. Como en la ciudad de Buenos Aires; algo que notó en un libro hacen ya muchos años el fallecido escritor tucumano Tomas Eloy Martinez.  Amo los perros. Pero es preciso su cuidado y pertenencia.

Los mendigos no escasean estos días. Al contrario. Es un fenómeno brutal que nos castiga y también castiga al mundo. Ver la indigencia dispersada, saber de ella, es deprimente.  La vi crecida en Salta en estos tiempos en que se decidió ceñir la economía.  También la vi  en Buenos Aires y la veo aquí, en Washington, como en muchos lugares que visito. 

Salta me despidió bien, como siempre.  Me gusta el aeropuerto, sus negocios. Partí de mañana temprano y el día soleado disimulaba la nostalgia de viajero con retorno imprevisible.  Que se agrava con los años!