Se Encoge el Globo

¡Países que invaden mi memoria! Los visité casi siempre enviado por mi empleador, el Banco Mundial, para confeccionar informes económicos o participar en reunión de países donantes o coordinar programas con otros organismos internacionales. Me las ingeniaba para huir de de las labores burocráticas cuando podía y aprovechar el tiempo para mezclarme con la gente, visitar los pueblos, comer en los boliches.

Aprendí que la humildad es necesaria cuando se visita un lugar distinto. Es la única manera de observar, aprender, intercambiar. Las cosas funcionan de una manera diferente cuando nos alejamos del hotel, del centro. El tiempo mide distinto, el tono de la voz debe adaptarse, la gastronomía huele diversa. La globalización acerca continentes, pero aleja a los bucólicos. Tensa el mundo.

Antigua and Barbuda, 1980

Solo los nombres de sus dos islas eran hispánicos.  Su población no alcanzaba los ochenta mil. El gobierno estaba preocupado. Desaparecía el azúcar,  la banana sobrevivía a duras penas, solo el turismo era apreciado. El Primer Ministro, Mr. Bird (padre), quería reabrir actividades. Era imposible. La blanca arena de la playas atraía turistas de a montones; se construían hoteles y casa de huéspedes. Había en Antigua una base naval de EEUU. Muy pronto el desarrollo acelerado del turismo, los permisos de construcción y otras actividades dieron lugar a una cleptomanía gubernamental  indisimulada. El nepotismo no estuvo ausente: El Bird padre tenía como Vice a su propio hijo quien lo sucedió en el poder por muchos años.  ¡Buenos pájaros! Los EEUU pagaban una suerte de alquiler por la base. Había recursos. Para ser justos: no se respiraba un clima persecutorio; no escuché de proscripciones. No vi mayor pobreza.

Crecieron los ingresos. No nos fue difícil analizar la economia,  precisar desafíos, señalar proyectos. Los sensibles temas del cohecho pertenecían al mundo del murmullo en esos tiempos. Barbuda y Antigua yacen separadas por 60 km de Mar Caribe, unidas por un ferry cotidiano. Barbuda, algo pequeña, no tenía ni dos mil habitantes. Un caro hotel para escapadas, aeropuerto propio. Artistas que huían del  gentío habrían aterrizado desde las metrópolis, sin desvíos, sin controles, me dijeron. Personalidades descendieron con escoltas sospechosas, todo en secreto. Me recordó mucho a las Grenadines, en la tambien caribeña  Saint Vincent; allí concurría la Princesa Margaret en busca de placeres. Visité el hotel de Barbuda, cálido, receptivo; no era lujoso pero lucía familiar, agasajante, un gusto sofisticado diría. Terriblemente caro, con playas propias, lo recuerdo. Un verdadero club privado. Tenían un arreglo especial con el gobierno que muy pocos conocían.

Me reuní con las autoridades locales de  Barbuda. ¡Pobres! No percibían nada del hotel, única fuente ostensible de ingresos en ese islote. No participaban en el otorgamiento de licencia alguna. Se sentían marginados; el licencioso hotel los ignoraba.  Expusieron sus problemas y los escuché sereno. Estamos dispuestos a todo, me dijeron, esta es nuestra isla. Si es necesario solicitaremos a las Naciones Unidas que nos reconozca como estado independiente, nos separaremos de Antigua, afirmaron seriamente. Contuve lo que sería una injusta risa ante una afirmación tan irreal, tan temeraria, tan absurda. Solo atiné a decirles: voceen sus protestas, comenten sus problemas, presenten soluciones, ustedes tienen representantes en el Parlamento. Sonaba menos convencido que ellos mismos: los tiburones del Caribe devoran los peces más pequeños. Inexorablemente.

Botswana, 2004

Un organismo regional se convocaría en Botswana. Yo estaba abarrotado de trabajo pero mi jefe insistió. Debes viajar allí con el “Rabino” para coordinar la reunión que se avecina. El individuo de marras era un colorido personaje de algún lugar en el Mar Indico, excedido amigo de la diplomacia, bastante demagogo. Le gustaba promoter más de la cuenta y mi jefe, respetuoso de las limitaciones, necesitaba que las actividades se programen con cuidado. El Rabino consultaría actividades, yo programaría las partidas. Estuvimos poco tiempo pero lo suficiente para visitar lugares, mirar el desierto que encerraba Gabarone, la capital.

Botswana fue prolijo en el uso de recursos, principalmente diamantes. Limitó la corrupción, pudo alcanzar un nivel de desarrollo comparativamente respetable, el sistema democrático no se interrumpió desde la independencia (1966). Pero el SIDA lo golpeó fuerte, como a todos en la zona. El desierto cubre gran parte del país, pero el Okavango, hermoso delta de lagunas y vida silvestre, lo destaca. Botswana es extenso, de baja densidad, con apenas un poco más de 2 millones de mortales. El líder de la independencia y primer  presidente Seretse Khama, nacido en una influyente familia real de la tribu, estudió abogacía en Londres. Se casó con una Británica blanca, terrible desafio en los 40s. De vuelta en Botswana luchó por la independencia. Sería su primer presidente, no su rey. Después de algunos años, su hijo también fue elegido presidente. Seretse ya había muerto. Al enterarme de la historia, plena de romance, heroísmo, retos a las convenciones coloniales, me pregunté:  ¿Cómo es que el cine no la rescató todavía? Con el correr del tiempo, el episodio encontró su grabación en celuloide:  El Reino Unido se estrenó en el 2017.

Macedonia, 1998

Llegar a Macedonia desde Albania, donde moraba entonces,  era cuestión de manejar por unas horas. Pequeño país de dos millones al norte de Grecia, se había seccionado de Yugoeslavia cuando estallaron los Balcanes. En Macedonia nació Ataturk, el padre de la Turquía laica, reclamaron los locales. No parecen avalarlos los registros. Madre Teresa nació en Skopje, la capital de Macedonia, en una familia de Albaneses. De eso no hay disputas. Alguien me dijo que por Macedonia paso San Pedro en su emigración a la Roma esencial de aquellos tiempos. Los Macedonios hacen esfuerzos para distinguir su lengua de la de los Búlgaros. El dictamen de muchos entendidos casi siempre los desautoriza para desconsuelo de los que quieren crear una tribus de exclusivos.

El lago Ohrid une Macedonia y Albania. Es un lago profundo que monopoliza muchas especies. Sufría el descuido humano. Peligraba. Había una reunión de gobiernos y organismos para ensayar soluciones. En ese entonces Macedonia era referida como FYROM por gobiernos: Former Yugoslav Republic of Macedonia. Siempre dije que esas siglas me recordaban a un personaje nefasto en una película de ciencia ficción. Los griegos no aceptaban el nombre de Macedonia a secas. Ese es un nombre histórico de Grecia, decían. La cuna de Alejandro Magno. Una provincia Helénica. No podemos permitir que nos lo roben, insistían. Como miembro de la Unión Europea, Grecia logró imponer ese criterio. El nombre se había transformado en una fuente de conflictos que yo hallaba ilógico. Ya se lo había dicho al Embajador en Albania. No se como resurgió el tema en mi conversación con unos representantes griegos en la reunión de Ohrid. Dije, como aparentando extrema ingenuidad de mi parte: existe México como país y un estado llamado  Nuevo México en EEUU.  Nadie se ofende. Hay un Chaco grande que comparten Brasil, Paraguay, Bolívia y Argentina. Nadie disputa el nombre, agregué calmo. Me contestaron con incalculable petulancia: no hay comparación, Macedonia es un lugar histórico. ¿Quien puede negar lo central que ha sido Grecia en  la cultura humana. Si claro, manifesté conciliador, esa Grecia ya pertenece al mundo. De todas formas, cubriendo mi sarcasmo alcancé decir: las glorias pasadas no ayudan siempre a establecer vínculos de buen vecino. Fue difícil firmar el documento final de la reunión: había que mencionar a Macedonia, los griegos objetaban. Querían hablar de FYROM, y eso disgustaba a los  Macedonios. Si la memoria no me traiciona, se firmaron versiones alternativas con ambas denominaciones, cada cual elegía la versión para su firma. Finalmente, el año pasado  se acordó el nombre de Macedonia del Norte que aceptan todos.

En el cóctel de despedida, cuando la reunión ya concluía, se aproximaron los representantes Helénicos. A decir verdad no me caían mal. Sabrá Ud como Argentino que en su país Onasis impulsó negocios, me dijeron. Y adquirió costumbres deplorables, agregaron con sorna. Allá se dice lo contrario, contesté. Nosotros a Europa solo la copiamos.

Bélgica, 1998

Otra reunión de trabajo. Trataríamos problemas que afectaban países de la zona. En Bruselas funcionan las oficinas de la Unión Europea. Allí vive su burocracia, disfrutando de un lugar agradable y, debo decir, odiados por muchos europeos como los culpables de todas las desgracias. Siempre es bueno elegir alguien lejano y posiblemente abstracto para atribuir los yerros. Debíamos coordinar con los europeos en nuestro afán de componer países.

El jefe vendría para encabezar la junta. Nos encontramos esa tarde y degustamos un pescado exquisito mientras discutíamos el trabajo. Éramos cuatro: el Jeje y su asistente, mi colega-amigo Tulio y yo. El jefe, acostumbrado a dietas generosas pidió una botella de vino deliciosamente cara que repitió antes de postre. Al llegar la cuenta decidió distribuirla equitativamente. Tulio y yo nos hospedábamos en un hotel diferente al que regresamos disfrutando la noche. Entonces me despaché:  el Jefe pide el mejor vino y nos endosa el costo, nos poda así los viáticos ¿Qué buen tipo? El comentario de Tulio no se hizo esperar:  si, nos defecó sin miramientos. Tulio era un viejo amigo de Europa oriental enamorado de la cultura latina cuyas lenguas dominaba.

Al otro día debíamos concurrir al hotel donde se hospedaba el jefe, bien temprano. Allí los cuatro tendríamos una reunión para ultimar detalles y proseguir hacia la programada junta con los europeos. Hacia frío. Ya en el hotel del Jefe tomamos una mesa en la sala de desayuno, el lugar del encuentro. No habían llegado.  El desayuno en ese hotel lucia delicioso … y bastante caro debo agregar. Pedimos un café y nos animamos a optar por omeletes y un exquisito jugo de naranja recién hecho. Terminamos de desayunar y no venían. Pasó el tiempo y nos llamaron desde el lobby: el Jefe estaba en una larga llamada telefónica, la reunión se posponía, debíamos volver al hotel y se comunicarían. Tulio estaba, o fingía estar, ofendido en presencia del conserje. No puede ser esperamos una hora y debemos irnos, reclamaba. Tímidamente dije calmo, bueno paguemos y nos vamos.  (Cállate boludo, me murmuro Tulio). ¡Vámonos! Repitió en su pretensioso oficio de ofendido.

Rumania, Ucrania, 2000-2003

No era difícil viajar a Romania y a Ucrania, lugares muy cercanos a Moldova donde estaba  entonces destinado. Rumania tiene sitios atractivos: Iasi, Brasov, Timisoara, tantos otros. Cerca de Brasov está el Castillo de Drácula; imponente como lo recordaba de las películas de mi niñez. Excepto que la historia contada por los rumanos difiere de la fantasía cinematográfica.

En una de mis visitas a Bucarest debí concurrir a la oficina del Banco para participar de una reunión regional. El centro de Bucarest resumia los delirios de grandeza que precipitaron la caída violenta de Ceausescu. Los alrededores, en cambio, mostraban una deteriorada infraestructura y la precariedad en que vivían sus vecinos. Al terminar la reunión, el Jefe de la oficina local un hombre muy atento, invitó a los presentes a cenar en su casa. Antes de pasar al comedor, estábamos sentados en el living  en una relajada conversación cuando escuchamos una voz aguda, gritando casi una frase que no podíamos entender. La voz era más aguda, los gritos más esforzados a medida que se acercaba al lugar. Miramos y no había nadie. Advertimos entonces que los gritos venían desde el suelo. Todos caimos en cuenta: una hermosa Cacatúa banca venía caminando y saludando. Se desplazaba con firmeza. Trepó luego al hombro del dueño de casa para participar de aquel encuentro.  Mirándola, el anfitrion nos dijo: gobierna mis días. Me acompaña a todos los lugares del mundo donde me destinan. Pero no quiero que participe en reuniones. Repite todo lo que escucha, remarcó sonriente.

Ucrania proyectaba su pasado. Le faltaba dinamismo. Su capital era ordenada pero fría, distante. No abundaban los negocios. Las iglesias, por lo general bien conservadas y pintadas, mostraban prominencia. Una nueva reclamada prominencia. Más receptiva que Kiev era Odessa, a la vera del Mar Negro. Alguna vez con mi chofer atravesamos Ucrania rumbo a Varsovia para un evento donde concurría el Presidente del Banco. Nos detuvimos en Kovel por unas horas. Allí había nacido mi viejo. Escribí un pequeño ensayo sobre esa visita que publicó un diario de mi ciudad natal. Mi vieja vivía todavía y se emocionó mucho al leerlo: Después de Kovel.

Asistí a muchas reuniones de trabajo en Kiev. Algunas más importantes que otras. Pero una vez debimos viajar a Sevastopol, en Crimea. La península de Crimea tiene una historia muy peculiar. Predomina la población de origen ruso, pero hay también Ucranianos, Tártaros, y otros. Había sido parte de Rusia hasta que Khrushchev la pasó a Ucrania en los 50s. Después de disuelta la Unión Soviética, Rusia conservó su importante base naval en Crimea. Hace unos años Rusia anexó Crimea devolviéndola  a su estado anterior, después de un plebiscito cuestionado por varios países. La reunión en Crimea duró algunos días; la recuerdo productiva. Estábamos algo cansados una tarde; en la cena la orquesta del hotel tocó la música de la película El Padrino y se la dedicó a un colega italiano que ocupaba un cargo jerárquico en el Banco. Un buen tipo. Falleció al poco tiempo.  A 60 km de Sevastopol está Yalta. No podíamos partir sin visitarla. Con otros dos colegas nos sentamos en el famoso banco que compartieron Stalin, Churchill y Roosevelt. No sé que hice con la foto. Creo que ese día todos queríamos sentarnos en el lugar que ocupara Roosevelt. Aún con reservas, habían motivos.

Un Ejercicio de Memoria

Recordar cada lugar es un ejercicio más que mental. En cada lugar que estuve me veo caminando, mirando el panorama, hablando, tomando algo. Aunque no me acuerde el nombre de mis interlocutores. Todo lugar tiene su personalidad. Ninguno reproduce a otro. Por eso vale la pena recordarlos. En mi memoria, se acumulan los lugares; cada tanto me acuerdo de otro.